para nosotros; sin embargo, el poder no está en la fe, sino en el Dios en quien se apoya la fe. La gracia es la locomotora, y la fe es la cadena por la cual el vagón del alma es enganchado al poder motriz. La justicia de la fe no es la excelencia moral de la fe, sino la justicia de Jesucristo que la fe sujeta y se apropia. La paz interior del alma no se deriva de la contemplación de nuestra propia fe, sino que nos llega proveniente de Aquel que es nuestra paz, el borde de cuyo manto es tocado por
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